“Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).
Nuestro camino hacia la unidad a la que nos llama Jesús es una jornada de fe que no sabemos dónde terminará, solo sabemos que debemos perseverar.
Un incidente, tanto sorprendente como alentador, en ese camino se produjo el pasado mes de noviembre en la Abadía Westminster, cuando, en presencia de la Reina Isabel, el Padre Franciscano Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Papal, pronunció un sermón acerca de la unidad Cristiana durante la apertura del Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra.
Recordando el próximo 500avo. aniversario de la reforma (31 de octubre de 2017) el Padre Cantalamessa hizo un llamado a dar un salto cualitativo hacia la restauración de la unidad, explicando que “debemos empezar otra vez con la persona de Jesús, ayudando humildemente a nuestros contemporáneos a experimentar un encuentro personal con Él. Añadió, “Tenemos que volver al tiempo de los Apóstoles: ellos enfrentaron un mundo pre-Cristiano, y nosotros nos estamos enfrentando a un mundo en gran parte post-Cristiano”.
“Nada,” añadió el Predicador Papal, “es más importante que cumplir el deseo de unidad en el corazón de Cristo expresado en el evangelio de hoy. (Jn 17,20-21) En muchas partes del mundo las personas son asesinadas y las iglesias quemadas, no porque sean Católicos o Anglicanos o Pentecostales, sino porque son Cristianos. ¡Ante sus ojos ya somos uno! Seamos uno también ante nuestros propios ojos y ante los ojos de Dios”.
Sus palabras hicieron eco a las del Papa Francisco, quien hace dos años expresó, “Hoy existe el ecumenismo de la sangre. En algunos países matan a los Cristianos porque llevan consigo una cruz o tienen una Biblia; y antes de matarlos no les preguntan si son Anglicanos, Luteranos, Católicos u Ortodoxos. La sangre está mezclada. Para los que matan somos cristianos. Unidos en la sangre, aunque entre nosotros no hayamos logrado dar los pasos necesarios hacia la unidad, y tal vez no sea todavía el tiempo. La unidad es una gracia que hay que pedir”.
Este es nuestro propósito, pedir que se nos muestre el camino a la unidad que Jesús desea – buscando Su voluntad con corazones abiertos y mentes abiertas. Peregrinos en un camino que no es nuestro sino de Dios.