Que el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe,
para que la esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo.
Romanos 15,13
El Papa Francisco nos advierte que no nos dejemos robar la esperanza. El desaliento es el ladrón de la esperanza; es un tiempo de desolación en el que hemos perdido de vista a Dios. El no nos ha abandonado, sin embargo la balanza de la autocompasión ha cubierto nuestros ojos. Sin esperanza, nos engullen más y más profundamente las arenas movedizas de la desesperanza.
Desmond Tutu escribió, “la esperanza es ser capaz de ver que hay luz a pesar de toda la oscuridad.” La esperanza nos quita las escamas de los ojos. Las arenas movedizas se convierten en una roca. Como el Santo Padre nos recuerda, “nuestra esperanza descansa sobre una roca inmóvil: el amor de Dios, revelado y donado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” La esperanza es mucho más que optimismo, es confianza en el Señor y sus promesas, como escribe San Pablo, es una virtud de ardiente expectativa basada en la resurrección (Rom 5,5).
En abril de 2013, el Papa Francisco pidió a los jóvenes que sean misioneros de la esperanza. Sus palabras también nos hablan a todos nosotros: “A ustedes les digo: lleven adelante esta certeza: el Señor está vivo y camina junto a nosotros en la vida. ¡Esta es su misión! Lleven adelante esta esperanza. Ánclense a esta esperanza: a esta ancla que está en el cielo; sujeten fuertemente la cuerda, ánclenla y lleven adelante la esperanza. Ustedes, testigos de Jesús, lleven adelante el testimonio que Jesús está vivo, y esto nos dará esperanza, dará esperanza a este mundo un poco envejecido por las guerras, el mal, el pecado.”
Para sembrar la esperanza donde hay desaliento, respondamos al reto del Santo Padre. Convirtámonos en misioneros de la esperanza, proclamando que Cristo está vivo y vendrá de Nuevo.