A raíz del incidente en Ferguson, MO, el racismo ha vuelto a ser parte de la conversación nacional. Aun si está fundamentado en ignorancia, miedo, estereotipos o complejos de superioridad o inferioridad, el racismo es real y sus efectos son destructivos en nuestra sociedad. ¿Existe un toque de racismo en todos nosotros? En una columna del New York Times del jueves, Nicholas Kristoff explora esta posibilidad.
Kristoff expresa: “La investigación en las últimas décadas sugiere que no se trata de un problema abierto de racismo. Por el contrario, el mayor problema es una franja amplia de personas que se consideran a sí mismos iluminados, quienes creen intelectualmente en la igualdad racial, que deploran la discriminación, pero que albergan las actitudes inconscientes que resultan en políticas y actitudes discriminatorias.”
En la actualidad, para la mayoría del pueblo norteamericano el racismo es visto en términos de opresión de Negros por no-Negros, pero el racismo es universal y se encuentra en todas las sociedades a lo largo de la historia. Incluso el Pueblo Elegido de Dios sufrió esta debilidad. En Deuteronomio 23:4 encontramos escrito: El amonita y el moabita no serán jamás admitidos en la asamblea del Señor, ni siquiera en la décima generación. En nuestra propia historia norteamericana encontramos la vergonzosa discriminación de muchos inmigrantes, particularmente de los irlandeses y alemanes que sufrieron la denigración y la discriminación de los nativistas.
Muchos de nosotros reconocemos que tenemos un toque de racismo, y reconocer ese hecho es el primer paso para superarlo. El Papa Francisco se ha pronunciado en contra del racismo y el comportamiento xenofóbico en varias ocasiones. San Pablo, teniendo un mejor entendimiento del amor de Dios por todos sus hijos, nos dice: Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan (Rom 10:12).
Acabar con el racismo y la discriminación en contra de quienes son diferentes a nosotros, ya sea en su color de piel o sus creencias, debe comenzar al centro de nuestro corazón donde honestamente y en oración examinamos nuestra conciencia y vemos si hay una viga en nuestro ojo antes que busquemos la paja en el de nuestro prójimo (Mat 7:3).
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