Anidado en lo profundo de la maravillosa Exhortación Apostólica del Papa Francisco, La Alegría del Amor, se encuentra un himno a la maternidad. No puedo pensar en un mayor tributo a quienes nos sostienen y nos nutren con su amor incondicional, que las palabras de nuestro Santo Padre.
Queridísimas mamás, gracias, gracias por lo que son en la familia y por lo que dan a la Iglesia y al mundo. Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres siempre dan testimonio, incluso en los peores momentos, de la ternura, la entrega y la fuerza moral.
Las madres transmiten a menudo también el sentido más profundo de la práctica religiosa: en las primeras oraciones, en los primeros gestos de devoción que aprende un niño. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo.
La madre, que ampara al niño con su ternura y su compasión, le ayuda a despertar la confianza, a experimentar que el mundo es un lugar bueno que lo recibe, y esto permite desarrollar una autoestima que favorece la capacidad de intimidad y la empatía.
Las madres son el antídoto más fuerte ante la difusión del individualismo egoísta […] Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida” (AL, 174- 175).
Que Dios bendiga a nuestras madres y a las futuras madres con la sabiduría, valentía y fe necesarias para cumplir con su sublime función de moldear el futuro.