Una pregunta muy interesante. Podría entenderse como pedir que todos los que desean ser santos levanten la mano; o podría ser una pregunta retórica despectiva implicando que sólo un loco querría ser santo. Nuestras respuestas individuales dependerán de lo que entendemos por santidad; algo deseable o repugnante.
Sospecho que muchas personas le tienen miedo a la santidad, en gran parte porque la ven como un estilo de vida extremo, como la de un ermitaño, la de un místico o la de un antiguo estilita sentado en un pilar. Desde luego que también hubo hombres y mujeres entre los eremitas, místicos y estilitas. Entre ellos, personas como San Romualdo, Santa Catalina de Siena y San Simón. Sin embargo, esa no es la santidad a la que la mayoría estamos llamados.
La mayor parte de nosotros estamos llamados a una santidad cotidiana, una santidad que se vive cada día, no en un monasterio, en una ermita o encima de un pilar; sino en nuestros hogares, en nuestra oficina, en nuestra escuela, en nuestro supermercado, en nuestros vecindarios y con nuestras familias.
La santidad no es espectacular. El Papa Francisco nos dice que a menudo es anónima. No es una actuación en una plaza pública, sino más frecuentemente es una victoria oculta en nuestro corazón. La santidad es una jornada. Para la mayoría de nosotros es una lenta caminata laberíntica por los altibajos de la vida.
En las palabras del Papa Francisco, “la santidad es un camino, la santidad no se puede comprar, no se vende. Ni siquiera se regala. La santidad es un camino ante la presencia de Dios, que debo hacer yo: no puede hacerlo otro en mi nombre. Yo puedo rezar para que aquel otro sea santo, pero el camino debe hacerlo él, no yo. Caminar ante la presencia de Dios, de modo irreprochable”.
Yo la llamo santidad cotidiana porque se compone de las pequeñas cosas de la vida cotidiana. En las palabras del Santo Padre, “Si tú eres capaz de lograr no hablar mal de alguien, estás por el buen camino para llegar a ser santo. ¡Es tan simple! Yo sé que ustedes jamás hablan mal de los demás, ¿no? Pequeñas cosas… Tengo ganas de criticar al vecino, al compañero de trabajo: morderse la lengua un poco. Se hinchará un poco la lengua, pero su espíritu será más santo, en este camino. Nada grande, mortificaciones: no, es sencillo. El camino de la santidad es simple. No volver atrás, sino ir siempre adelante, ¿no? Y con fortaleza”.
Ahora, ¿quién quiere ser Santo?
This post is also available in/Esta entrada también está disponible en: Inglés