Conmemorando la Jornada Mundial de la Paz el 1ero de enero, el Papa Francisco hace un llamado a individuos y naciones para lograr la paz dejando a un lado la indiferencia. “La indiferencia”, explica el Santo Padre, “provoca sobre todo cerrazón y distanciamiento, y termina de este modo contribuyendo a la falta de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”.
En el espíritu del Año Jubilar de la Misericordia, cuyo símbolo es la paz, el Papa nos invita a reconocer que superando la indiferencia en nuestra propia vida puede ayudar a mejorar el mundo que nos rodea, nuestras familias, nuestras comunidades, nuestros sitios de trabajo y nuestro entorno.
El pontífice observó que la indiferencia toma muchas formas, comenzando por la indiferencia hacia Dios que nos lleva a creer que somos nuestro propio creador, el creador de nuestra vida y de nuestra sociedad. Al sentirnos auto-suficientes, no buscamos un substituto para Dios, más bien nos sentimos totalmente satisfechos sin Él, no le debemos nada a nadie más que nosotros mismos y sólo nos interesan nuestros propios derechos y nuestra auto-gratificación. La indiferencia hacia Dios nos conduce a la indiferencia hacia el prójimo y hacia el medio ambiente.
La indiferencia hacia el prójimo puede ser el resultado de vivir mecánicamente y sin compromiso. A pesar de darnos cuenta lo que pasa en la actualidad por medio de periódicos y noticieros televisivos, nos enfocamos totalmente en nuestro trabajo o profesión e incluso en nuestra familia e ignoramos las necesidades de los demás. El Papa Francisco nos dice que “Desgraciadamente, debemos constatar que el aumento de las informaciones, propias de nuestro tiempo, no significa de por sí un aumento de atención a los problemas, si no va acompañado por una apertura de las conciencias en sentido solidario. Más aún, esto puede comportar una cierta saturación que anestesia y, en cierta medida, relativiza la gravedad de los problemas [de los demás]”.
No me puedo imaginar un mejor ejemplo de indiferencia hacia nuestro prójimo que la despersonalización de los miles de refugiados del Medio Oriente y América Central, quienes son vistos por tantos, no como seres humanos que desesperados buscan refugio de la guerra y el terror sino como un problema que debe ser resuelto y del cual debemos deshacernos.
La indiferencia, añadió el Papa, “y la despreocupación que de ella se deriva, constituyen una grave falta al deber de cada persona de contribuir, en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad, al bien común, de modo particular a la paz, que es uno de los bienes más preciosos de la humanidad”. El compromiso con el bien común parece perdido en una sociedad donde la independencia en lugar de interdependencia es la meta deseada por muchos.
La indiferencia institucional es impulsada por la búsqueda de ganancia y el hedonismo que reduce las personas a posesiones y les roba su dignidad, sus derechos fundamentales y hasta su libertad. La indiferencia gubernamental es el producto derivado de la voz de los marginados ahogada por la influencia de poderosos intereses comerciales y partidismo ciego.
En su carta, el Santo Padre exhorta a la sociedad civil en el espíritu del Año Jubilar de la Misericordia a “hacer gestos concretos, actos de valentía para con las personas más frágiles de su sociedad, como los encarcelados, los emigrantes, los desempleados y los enfermos”. Además demanda que “los responsables de los Estados realicen gestos concretos en favor de nuestros hermanos y hermanas que sufren por la falta de trabajo, tierra y techo”, a través de la creación de trabajos dignos para combatir la plaga social del desempleo que lleva una pesada carga en el sentido de dignidad y esperanza de las personas.
En su mensaje por la paz el Papa Francisco nos recuerda que lo opuesto a la misericordia es la indiferencia, y que la globalización de la indiferencia es un gran freno para la paz mientras se llevan a cabo guerras fragmentarias.
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