El miedo es algo insidioso que atrapa la mente y el intelecto. Nos ciega a los valores que han guiado nuestras vidas y nos hace tomar decisiones y hacer declaraciones irracionales.
La reciente oleada de declaraciones de más de la mitad de los gobernadores de la nación, en la que declaraban que no aceptarían refugiados sirios en sus estados, es un ejemplo preocupante de la xenofobia que representa la antítesis de los valores americanos y las enseñanzas de Jesucristo.
Los Estados Unidos han sido la esperanza de refugio de muchos, desde puritanos que huían de una opresión religiosa, hasta quienes huyen de la guerra y la intolerancia religiosa actual. Por desgracia, siempre han existido quienes ven a los inmigrantes como una amenaza a nuestra forma de vida y no como un enriquecimiento a nuestra diversidad.
Nuestros recuerdos son cortos y nuestra visión miope. Somos propensos a elegir aminorar nuestros valores y nuestra libertad y decir que estamos protegiéndolos.
La misericordia es el emblema del papado del Papa Francisco, quien expresó poco después de su elección, “Creo que también nosotros somos este pueblo que, por un lado, quiere oír a Jesús pero que, por otro, a veces nos gusta hacer daño a los otros, condenar a los demás. El mensaje de Jesús es éste: La misericordia”. Creo — y lo digo con toda humildad — que este es el mensaje más poderoso del Señor: la misericordia.
Las palabras de Cristo en el Evangelio de San Mateo son un recordatorio muy apropiado – “‘¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?’ — Y el Rey les responderá: ‘Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo’”(25, 37-40).
El gobernador Cuomo de Nueva York lo expresa claramente. “El día que los Estados Unidos digan, ‘Cierren la puerta, construyan el muro’, yo les diré, ‘derrumben la estatua de la libertad, porque se ha ido a otro lado’”.
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