A la luz de la reciente decisión del Tribunal Supremo que define el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho constitucional, algunos Católicos se sienten confundidos y un tanto preocupados. Me gustaría hacer algunas observaciones para poner esta situación en contexto.
La doctrina Católica acerca del Sacramento del Matrimonio siempre ha sido, y sigue siendo, el compromiso sagrado permanente entre un hombre y una mujer y se trata de la procreación de la próxima generación. Esto requiere de un hombre y una mujer. La decisión de la Corte Suprema aborda la definición civil de matrimonio y confirma el matrimonio entre personas del mismo sexo como un derecho civil.
La decisión de la corte también garantiza los derechos que la Primera Enmienda otorga a las organizaciones religiosas, sosteniendo que “las religiones y quienes se adhieren a doctrinas religiosas pueden continuar defendiendo con la más sincera convicción que por preceptos divinos, el matrimonio entre personas del mismo sexo no debe ser tolerado” (Pag. 27). La misma sección confirma nuestro derecho estipulado en la Primera Enmienda a practicar libremente la religión.
Por supuesto, que no habrá celebraciones de matrimonios del mismo sexo en las Iglesias Católicas. Sin embargo, es importante señalar que aun cuando la Iglesia Católica no puede tolerar el matrimonio entre personas del mismo sexo, la iglesia deja en claro que las personas con una orientación homosexual “Deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (Catecismo de la Iglesia Católica, No. 2358). Esta aceptación de personas gays y lesbianas debe ser real y no meramente simbólica. La Iglesia, en su misión, se compromete a apoyar a todas las personas.
Como resultado de esta acción tomada por la Corte Suprema, sabemos que algunos van a tomarla como una oportunidad más para caracterizar a la Iglesia y los fieles Católicos como intolerantes que se oponen a un derecho humano fundamental garantizado por la constitución. Esto no es nada nuevo. Al oponerse al derecho al aborto otorgado por Roe vs. Wade, la Iglesia enfrenta una situación similar. Desde luego que no estamos solos en nuestra oposición.
Hay quienes ven esto como un proceso imparable que predice días oscuros para la Iglesia en América. La Iglesia ha visto días mucho más oscuros. No es ajena a la adversidad. El New York Times (15 de mayo de 2008) describe a los Católicos como “una minoría perseguida en el Nueva York colonial… denegada de todas las libertades civiles y religiosas con excepción de algunos años en los 1680s cuando los Reyes Católicos Estuardo gobernaban Inglaterra.” La primera parroquia Católica en Nueva York no fue establecida sino hasta 1785.
La Colonia de Maryland de Lord Calvert fue compuesta de Católicos que huían de las leyes penales inglesas en contra de los Católicos. Muchos inmigrantes alemanes llegaron a América buscando refugio de la lucha Kulturkampf llevada a cabo por Bismarck en contra de la Iglesia Católica en la década de 1870. En los Estados Unidos, las iglesias y conventos Católicos fueron quemados durante el movimiento No sé Nada a mediados del siglo XIX.
Sin embargo surgió un consenso Cristiano alrededor de la moralidad bíblica.
El Presidente John Quincy Adams escribió, “La mayor gloria de la Revolución americana fue la siguiente: conectó, en un vínculo indisoluble, los principios del gobierno civil, con los principios del Cristianismo.” Dicho consenso ha sido destruido, primero por la legislación y adjudicación y más tarde por la transformación de las enseñanzas bíblicas morales por algunas entidades religiosas.
Como Católicos, nuestra respuesta a estos cambios legales y sociales sigue siendo la misma, proclamar el Evangelio en palabra y obra, y dar testimonio del amor curativo y misericordioso de Jesús. El Papa San Juan Pablo II ha señalado el camino a seguir en su encíclica Redemptoris Missio, “la Iglesia se dirige al hombre en el pleno respeto de su libertad. La misión no coarta la libertad, más bien la favorece. La Iglesia propone, no impone nada: respeta las personas y las culturas, y se detiene ante el sagrario de la conciencia. A quienes se oponen con los pretextos más variados a la actividad misionera de la Iglesia; ella va repitiendo: ¡Abrid las puertas a Cristo!”(No. 39)
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Crédito fotográfico: bm.iphone en Flickr
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