Cuando pensamos en el Viernes Santo, la primera imagen que nos viene a la mente es la Cruz, el símbolo Cristiano más común. Comenzamos nuestras oraciones haciendo la Señal de la Cruz, la cual no sólo profesa a Jesús crucificado sino también a la Santísima Trinidad.
En el Misal Romano, el Viernes Santo es llamado Viernes de la Pasión del Señor. La liturgia del Viernes Santo, al igual que todas las liturgias del Triduo Pascual, nos recuerda los eventos que culminaron en la Resurrección. El Viernes Santo es el único día del año en el que no se celebra Misa. Los únicos sacramentos que pueden ser celebrados este día son la Reconciliación y la Unción de los Enfermos.
San Ambrosio se refirió al Viernes Santo como un “Día de Amargura.” La desolación que sienten los Cristianos este día es representada por el tabernáculo abierto y el altar estéril después de la celebración del Jueves Santo; no hay cruz, no hay velas, no hay lienzos en el altar y no pueden tocarse música o campanas.
La Liturgia de la Palabra consiste de la narrativa del Siervo Sufriente del Profeta Isaías, quien “fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades,” seguida del Salmo 30, un salmo penitencial cuya antífona es tomada del Salmo 22, e incluye la palabras que Cristo pronunció desde la Cruz, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” La segunda lectura es tomada del capítulo 4 de la Carta a los Hebreos, el pasaje de Cristo como Sumo Sacerdote de los hebreos: “Hermanos y hermanas: Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe.” La narrativa de la Pasión, tomada del evangelio de San Juan es precedida por un verso breve de la Carta a Filemón, donde se enfatiza que fuimos salvados por la obediencia de Cristo, quien “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.”
Después de una serie de intercesiones, la Cruz es descubierta y comienza la procesión y adoración pública una vez que el sacerdote y los ministros han reverenciado la cruz. Cuando se ha completado la adoración, el sacerdote entona los antiguos cantos de reproche en los que Dios nos habla de las acciones que hemos cometido y omitido.
Aunque no hay liturgia Eucarística, en la liturgia del Viernes Santo, que solía ser llamada Misa Pre-santificada, lo cual significa que la hostia ha sido previamente consagrada, se distribuye la Eucaristía que ha sido reservada del Jueves Santo. La distribución de la Sagrada Comunión es precedida por la oración del Padre Nuestro.
La liturgia concluye en silencio mientras el sacerdote y los ministros se retiran y nos quedamos reflexionando acerca de la presencia de Jesús en la tumba.
Crédito Fotográfico: Parroquia Saint Barbara (Ramersbach), vitrales representando el Varón de Dolores, Wikimedia Commons
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