El Jueves Santo, al terminar la Cuaresma y comenzar el Triduo Pascual, celebramos la Misa de la Última Cena, en la que la Iglesia conmemora la Pascua del Señor: la Institución de la Sagrada Eucaristía a través de la cual Cristo continúa Su presencia sacramental entre nosotros, la institución del sacerdocio a través de la cual la misión y sacrificio de Jesús son perpetuados en el mundo y la institución de Su amor incondicional.
En la primera lectura, tomada del Libro del Éxodo (12,1-8. 11-14), se nos recuerda que la Cena Pascual, que el Señor comparte con Sus discípulos, tiene su origen en el Antiguo Testamento y que Jesús es asociado con el cordero Pascual (Pascua) cuya sangre salvó de la muerte a los hijos primogénitos de los hebreos.
En su Primera Carta a la Iglesia de Corinto (11:23-26), San Pablo nos presenta la única narrativa de la Cena del Señor descrita fuera de los evangelios. El pasaje no solamente describe la institución de la Eucaristía, también describe la prescripción de Jesús de continuarla, para lo cual instituyó el sacerdocio. Este pasaje de San Pablo también testifica el origen de la Tradición Sagrada en la que San Pablo señala que él ha recibido “de parte del Señor” el relato de la Última Cena. Este relato constituye el primer relato del evento en el Nuevo Testamento, ya que la Primera Carta a los Corintios fue escrita antes que cualquiera de los evangelios sinópticos.
A diferencia de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Juan), el Evangelio de San Juan, no contiene una referencia a la institución de la Eucaristía en su narrativa de la última Cena. Sin embargo, en su evangelio nos muestra el testimonio del amor incondicional de Jesús al lavar los pies de sus discípulos. Aun cuando el pasaje es entendido como un mandato del servicio al prójimo, es principalmente un recordatorio que el servicio al prójimo se hace por amor y no por deber u obligación. La respuesta de Jesús a la renuencia de Pedro a dejarse lavar los pies por el Señor es un recordatorio de que no sólo debemos ofrecer servicio amoroso a nuestro prójimo, sino también aceptar con humildad el servicio amoroso de los demás.
Desde luego que el Triduo nos recuerda que el mayor regalo del amor incondicional de Jesús es la donación de sí mismo hasta la muerte por nuestra redención.
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Crédito Fotográfico: La Última Cena por Carl Heinrich Bloch (1834–1890), Wikimedia Commons
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