Al leer la historia del Juicio Final en el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, es importante reconocer que todos los pecados mencionados son pecados de omisión; no alimentar al hambriento, no cuidar a los enfermos, no dar la bienvenida al extranjero y no visitar a los presos. Los condenados bien pudieron haber contestado: “Señor, ¡es que estaba muy ocupado!”
Estoy convencido que la indiferencia espiritual es un enemigo tan grande de la vida cristiana como lo es el mismo mal. La indiferencia ocurre cuando nos preocupan tanto nuestras tareas y responsabilidades cotidianas, que son éstas y no Dios, el motor de nuestra vida. Perdemos la perspectiva. Las cosas que se convierten en el centro de nuestra vida pueden ser, en sí mismas, cosas buenas. Sin embargo, nos llevan hacia la indiferencia espiritual cuando en vez de pasos en nuestra jornada hacia Dios, se convierten en fines.
La corrección fraternal del Papa Francisco a los miembros de la Curia antes de la Navidad fueron un recordatorio a todos los ministros de la Iglesia, que constantemente debemos cuidarnos del “Alzheimer espiritual,” olvidándonos del llamado del Espíritu Santo que nos impulsó hacia el ministerio.
Por lo que la letanía de tentaciones delineada por el Santo Padre ofrece un buen material de examen de conciencia a todos los Cristianos. Al leer las respuestas al discurso del Papa, fue muy estimulante observar que la mayor parte de las personas no aplaudieron la reprimenda a la Curia, sino más bien encontraron las mismas deficiencias en ellos mismos.
El Papa Francisco nos recordó que aun los deberes religiosos pueden conducir al Alzheimer espiritual haciéndonos olvidar que lo que estamos haciendo es la obra de Dios sin importar si somos un obispo, un banquero, una madre o un trabajador agrícola.
Crédito de la Imagen: CNS/Karen Callaway, Catholic New World
This post is also available in/Esta entrada también está disponible en: Inglés