Resulta difícil que la mente pueda captar la cruel brutalidad detrás de la masacre de 132 niños inocentes en edad escolar y 13 adultos, a mano de los talibanes, en una escuela de Pakistán el martes, 16 de diciembre. Es igualmente difícil imaginar el profundo dolor causado a los padres y seres queridos de los asesinados. Tanta crueldad inhumana adormece la mente. Tal parece que la venganza nunca es una solución; sino que solo intensifica el ciclo de violencia.
Nuestros corazones claman al cielo, no implorando venganza, sino sanación, sanación para las familias, sanación para los sobrevivientes y sanación para un odio capaz de engendrar tanto horror. En las palabras del Papa Francisco, “los invito a contemplar a Jesús Crucificado para que entiendan que el odio y la maldad deben ser superados con el perdón y la bondad y a entender que la solución de la guerra sólo intensifica la maldad y la muerte.”
No podemos rendirnos ante una cultura que acepta el mal como norma y genera odio en nombre de Dios. Somos discípulos de quien ofrece perdón, esperanza y amor incondicional.
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