En la profecía mesiánica del profeta Isaías en referencia al Tronco de Jesé leemos, “Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor, y lo inspirará el temor del SEÑOR.”
Nos podemos preguntar, “¿Qué puede tener de inspirador el temor?” Las dos palabras parecen diametralmente opuestas. Sin embargo, la palabra hebrea utilizada por el profeta es yirah que se refiere, no a un miedo basado en terror sino más bien, a un miedo basado en la reverencia o admiración. Es la sensación que experimentamos al admirar la majestad de la creación de Dios, el esplendor abrumador del cielo nocturno o el mar infinito, ante los cuales nos abruma nuestra propia insignificancia.
Como ocurre a menudo con palabras que se convierten en clichés, la palabra extraordinario ha sido despojada de su poder, pero describe apropiadamente la experiencia de gozo y deleite que San Pablo describe en su carta a la Iglesia en Filipo, “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense.”
Temor del Señor conlleva una reverencia filial, un reconocimiento de la realidad inconcebible de ser hijos e hijas de Dios, confiando en el conocimiento del amor incondicional del Padre. Al igual que todos los Dones del Espíritu, el Temor del Señor proviene de una íntima relación personal con Jesús, quien personifica el amor incondicional del Padre (Juan 3:16).
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