Una vez más este salmo responsorial ha sido acortado con fines litúrgicos. Si le es posible, lea el texto completo en su Biblia.
Esta invitación a alabar a Dios con regularidad abre la oración oficial de la Iglesia, la Liturgia de las Horas. Este salmo es conocido como el Salmo Invitatorio y es, asimismo, un Salmo de Obediencia.
La respuesta, tomada del mismo salmo, se refiere a las quejas y reclamos de los israelitas en las primeras etapas del Éxodo. Ellos comienzan a darse cuenta que aunque han escapado de los egipcios, han comenzado una jornada, a través del extenso e inhóspito desierto, que los llevará a la tierra que Dios prometió a sus antepasados patriarcales Abraham, Isaac y Jacob (Éxodo 17:1-7).
Sin embargo, la dureza de corazón de este pueblo a la promesa de Dios fue lo que impidió que cualquiera de los israelitas que salieron de Egipto entrara a la Tierra Prometida. Por lo tanto, este salmo es una súplica que el salmista hace a la nueva generación para que no repita los pecados de sus padres, y un llamado a que entren en la presencia del Señor cantando y dando gracias.
¿En que nos parecemos a los israelitas? ¿Cuantas veces estamos determinados a realizar una jornada espiritual o realizar un buen trabajo y lo abandonamos cuando se convierte en inconveniente o aburrido? ¿Cómo hemos mantenido nuestras resoluciones de Cuaresma? Jesús renueva corazones.
SALMO RESPONSORIAL
Salmo 95:1-2, 6-7, 8-9
℟. Ojala escuchen hoy su voz: “No endurezcan el corazón.”
Vengan, aclamemos al Señor,
demos vítores a la roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
vitoreándolo al son de los instrumentos.
℟. Ojala escuchen hoy su voz: “No endurezcan el corazón.”
Entren, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios
y nosotros su pueblo,
el rebaño que el guía.
℟. Ojala escuchen hoy su voz: “No endurezcan el corazón.”
Ojalá escuchen hoy su voz:
“No endurezcan el corazón como en Meribá,
como en el día de Masá, en el desierto,
cuando los padres de ustedes
me pusieron a prueba y me tentaron,
aunque habían visto mis obras.”
℟. Ojala escuchen hoy su voz: “No endurezcan el corazón.”
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