“Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga.” Lucas 9:23
En mi último blog hablé del mandato de Jesús de tomar nuestra cruz cada día. Sin embargo, el primer requisito estipulado por el Señor, la auto-negación, es frecuentemente ignorado. ¿Qué significa negarse a sí mismo? ¿Porque resulta esencial para el discipulado?
Para la mayoría de nosotros, la auto-negación está asociada con decidir a qué renunciar durante la Cuaresma, o recordar el reprimenda de nuestra madre cuando no podíamos tener algo que queríamos, “ofrécelo como un sacrificio.” Pero me gustaría sugerir que negarse a sí mismo significa ir más allá. La Beata Madre Teresa de Calcuta escribió, “Si no se vive para los demás, la vida carece de sentido.”
Negarme a mí mismo significa reconocer que no estoy solo ante Dios, sino más bien en relación a los demás. En su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco escribió que “El amor a la gente es una fuerza espiritual que facilita el encuentro pleno con Dios hasta el punto de que quien no ama al hermano ‘camina en las tinieblas’ (1 Jn 2,11), ‘permanece en la muerte’ (1 Jn 3,14) y ‘no ha conocido a Dios’ (1 Jn 4,8).”
En el pasaje del Juicio Final del capítulo 25 del Evangelio de San Mateo, las buenas obras de los justos y los fracasos de los condenados están relacionados a nuestra capacidad de ver a Cristo en nuestro prójimo o de no hacerlo. Aquí está un pequeño poema que aclara este punto bastante bien.
Dios, tú y yo no estamos solos,
están también los que me acercas,
los buenos, los malos, los vagabundos,
a quienes tú tanto aprecias.
Señor, no podemos estar bien contigo
y actuar como si estuviéramos solos.
Ver la gente morir de hambre y frio
y optar por cubrirnos los ojos.
Nos preguntas cómo podemos amarte,
si tu rostro no hemos contemplado
y sin embargo no amar al prójimo
que junto a nosotros has colocado.
Señor, debemos tomarnos el tiempo
cuando alguien esté enfermo, tenga frio,
busque una mano que lo sostenga,
o necesite desesperadamente un amigo.
Para verte, Señor, en su rostro
y ayudarlo en su necesidad.
Para que lo que hagamos por ellos
lo hagamos por ti en realidad.
Y cuando al fin ante ti me presente,
cuando me dé cuenta que mi corta vida acaba
no me digas “estuve enfermo, tuve frio…”
ni me preguntes “¿y tú… dónde estabas?”
This post is also available in/Esta entrada también está disponible en: Inglés