En este cuarto y último Domingo de Adviento, las lecturas nos llaman a reflexionar acerca del Misterio de la Encarnación… Dios se ha hecho uno de nosotros.
Es el profeta Isaías quien le promete una señal al perplejo y sitiado rey Ajaz: “¡Oigan, herederos de la casa de David! ¿No les basta cansar a todos, que también quieren cansar a mi Dios? El Señor pues les dará esta señal: La joven está embarazada y da a luz un varón a quien le pone el nombre de Emmanuel”(Is 7:13-14). La promesa que Isaías da a Ajaz de Emmanuel (Dios con nosotros) fue también la promesa de Jesús, el Mesías.
San Pablo repite esta profecía al describir el llamado al discipulado para el que él había sido elegido al servicio de la “Buena Nueva, anunciada de antemano por sus profetas en las Sagradas Escrituras, se refiere a su hijo, que nació de la descendencia de David según la carne pero designado Hijo de Dios” (Rom 1:1-4). Como Pablo, nuestra respuesta a Jesús, Dios con nosotros, debe ser discipulado de servicio en la imitación del “que no vino a ser servido sino a servir”(Mt 20:28).
Finalmente, en su narrativa de la infancia, San Mateo nos transporta a la profecía de Isaías al narrar las circunstancias del nacimiento de Jesús por medio de la voz tranquilizante de un ángel quien habla a José del origen del embarazo de María: “si bien está esperando por obra del Espíritu Santo, tu eres el que pondrás el nombre al hijo que dará a luz. Y lo llamarás Jesús porque el salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por medio del Profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros“(Mt 1:20-22).
Así como el tiempo de espera cede a la hora del cumplimiento, nos preparamos para celebrar no sólo el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios e hijo de María, sino el cumplimiento de la promesa de Dios de hacerse uno de nosotros.
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