El viernes el columnista del New York Times, David Brooks hizo la siguiente observación: “…el problema de la venta de armas tiene su propia y única dinámica, la cual es que es que quienes se oponen al límite en el tipo y la cantidad en la venta de armas vote en este asunto, y que las personas que lo apoyan no lo hagan.” David se refería a los miembros del Congreso, pero su observación es igualmente válida para el público en general.
La diferencia es la pasión. Quienes se oponen al control de armas se sienten tan apasionados en lo que creen, que utilizan cualquier motivo para apoyar su posición con dinero y astucia política, de tal manera que abruman a quienes buscan evitar que las armas caigan en manos criminales.
La historia americana es única; nuestra historia de amor con las armas comienza con los Minuteman, agricultores armados cuya afinada puntería, perfeccionada en la frontera, hizo que los Casacas Rojas británicos iniciaran su marcha de retirada desde Concord hacia Boston. La historia continúa con los Frontiersmen cuyas habilidades con las armas ayudaron a forjar una nación en terrenos desolados. Además, Lewis y Clark nunca aparecen fotografías sin sus fieles rifles. Finalmente, el oeste fue conquistado con los rifles Winchester y los revólveres Colt.
Así, que quienes buscan evitar que las armas caigan en manos criminales se dan cuenta que se les ha definido no como ciudadanos que buscan una legislación de sentido común, sino como una coalición peligrosa antipatriota de radicales que buscan destruir la Constitución y el sagrado derecho a la autodefensa.
En realidad el sacrosanto “derecho a portar armas” no se originó con nuestros padres fundadores. La Segunda Enmienda se basa en el Derecho Consuetudinario Inglés y sus raíces se basaban en el concepto de un ejército ciudadano donde cada hombre proporcionaría su propia arma.
Por supuesto el argumento de que el derecho sin restricciones a las armas de fuego es necesario para proteger la democracia es un mito romántico pero engañoso. El Presidente John F. Kennedy declaró: “El gran enemigo de la verdad muy a menudo no es la mentira – deliberada, elaborada y deshonesta – sino el mito – persistente, persuasivo y poco realista”.
Ahora, la pregunta es si la frustración hará que se abandone la causa o si quienes creen que vale la pena luchar por una causa justa serán capaces de reunir la pasión necesaria para luchar por imponer la voluntad del pueblo sobre el mito creado por una minoría apasionada.
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