“Sobre el reposará el Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de prudencia y valentía, espíritu para conocer a Yahvé y para temerlo, y para gobernar según sus preceptos, y su alegría será el temor del Señor”.
Isaías 11:2-3
Podemos preguntarnos: “¿Qué puede tener de encantador el miedo?” Las dos palabras parecen diametralmente opuestas. Sin embargo, la palabra hebrea yirah usada por el Profeta se refiere no a un miedo basado en el terror, sino más bien un miedo basado en la reverencia o admiración. Es la sensación que sentimos cuando admiramos la majestuosidad de la creación de Dios, el esplendor que domina la obscuridad de la noche o el infinito del mar, ante los que nos sentimos abrumados e insignificantes.
Como ocurre frecuentemente con palabras que se han convertido clichés, la palabra “impresionante” ha perdido su verdadero sentido, pero se entiende como la experiencia de gozo y deleite que San Pablo describe en su carta a la iglesia de Filipo. “Estén siempre alegres en el Señor, se los repito, estén alegres” (Fil 4:4).
Temor de Dios significa una reverencia filial, una conciencia de la realidad inconcebible de ser hijos e hijas de Dios, confiados en el amor incondicional del Padre.
Al igual que con todos los Dones del Espíritu Santo, el temor de Dios brota de una íntima relación personal con Jesús, quien personifica el amor incondicional que el Padre nos tiene (Jn 3:16).
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