La Semana Nacional de las Vocaciones tiene un doble propósito; recordar la necesidad de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa y ser conscientes de nuestra responsabilidad en el proceso de discernimiento al llamado a una vocación en nuestro prójimo.
Muchas veces las personas no son conscientes de los dones que Dios les ha otorgado. Y es posible que otras personas puedan observar estos dones antes que ellas mismas. Esto es, sin duda alguna, particularmente cierto con respecto al llamado a una vocación al sacerdocio y a la vida religiosa.
Discernir y fomentar las vocaciones de sus hijos es, indudablemente, responsabilidad de los padres de familia, pero también es responsabilidad de la comunidad de fe. La comunidad tiene un papel primordial en el discernimiento de las vocaciones de sus miembros. El llamado de Dios a una vocación tiene una larga tradición en la Iglesia Católica, no sólo al sacerdocio y a la vida religiosa, sino también al diaconado y al episcopado. Esto lo vemos ejemplificado en el llamado de los primeros diáconos, entre ellos San Esteban (Hch 6), y en el llamado de San Ambrosio de Milán. Asimismo, en las Escrituras Hebreas, el profeta Elías fue quien primero reconoció la voz de Dios llamando al profeta Samuel (1 Sam 3:7-11).
El llamado de Dios es fácilmente ahogado en el ruido de nuestro mundo actual. Por lo cual, corresponde a cada uno de nosotros desempeñar el papel de Elías. Si reconocemos una probable vocación en otra persona, ya sea al sacerdocio o a la vida religiosa, debemos hacérselo saber e invitarla a considerar responder a la voz de Dios.
¿Alguna vez has invitado alguien a considerar convertirse en un sacerdote o en un hermano o hermana religioso? Este es un buen momento para hacerlo.
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