Al iniciar un año nuevo, es importante recordar que, como cristianos, somos gente de esperanza. Nuestra esperanza se basa en la confianza que tenemos en la fidelidad de Dios y nuestra fe en Sus promesas. “La fe es aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver” (Heb 11:1).
Esta semana, durante su homilía con motivo de la Solemnidad de María, el Papa Benedicto XVI nos recordó que “el Cristiano es una persona de esperanza, incluso y especialmente ante la oscuridad que tan frecuentemente existe en el mundo, la cual no es el resultado de los planes de Dios, sino de las decisiones equivocadas del hombre.”
Resulta tentador preguntarnos por qué Dios permite tragedias como los asesinatos masivos ocurridos el año pasado o los desastres naturales que dan como resultado la pérdida de la vida y dejan a tantas personas sin hogar. Tragedias como la de Newtown y los asesinatos en el metro de Nueva York son el resultado de acciones incomprensibles que realizan individuos desequilibrados que abusan de su libre albedrio, el cual puede llegar a convertirse en una bendición o una maldición. Huracanes, tornados y situaciones similares son desastres naturales, no acciones realizadas por Dios.
Sin embargo, el amor de Dios se manifiesta en las acciones de los primeros socorristas y de los miles de personas que ofrecen su ayuda a las víctimas de estos acontecimientos. En las palabras del Santo Padre, “el Cristiano sabe que el poder de la fe puede mover montañas, y que el Señor puede iluminar incluso la más profunda obscuridad.”
Es, de hecho, el amor de Jesús lo que nos sostiene en fe, esperanza y amor (1 Col 3:12,14). Es ese amor lo que, en las palabras del Papa Benedicto, “permite una renovación constante de la bondad y la capacidad de salir de las arenas movedizas del pecado y comenzar de nuevo.”
En este Año de la Fe, recordemos que la verdadera esperanza no se encuentra en las cosas transitorias del mundo, sino en nuestro encuentro con Jesús.
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