San Pablo pudo haber estado en los Juegos Olímpicos de la Grecia antigua ya que él estuvo en Grecia durante los Juegos Olímpicos. Y aunque él nunca los mencionó en sus cartas, San Pablo tiene mucho decirnos acerca del triunfo.
“¿No han aprendido nada en el estadio? Muchos corren, pero uno solo gana el premio. Corran pues de tal manera que lo consigan. En cualquier competencia los atletas se someten a una preparación muy rigurosa, y todo para lograr una corona que se marchita, mientras que la nuestra no se marchita.” (1 Cor 9:24 – 25)
Él no habla de “ganar el oro.” El premio al que San Pablo se refiere es un premio “que no se marchita,” y la carrera a la que él se refiere es la jornada que todos emprendemos hacia Dios. Lo grandioso de esta jornada es que todos podemos ganar el premio. Pero, al igual que los participantes de las olimpiadas, el camino hacia Dios conlleva determinación y disciplina.
Esta semana, los atletas de todo el mundo se encuentran en Londres para competir por el “premio que se marchita” al que se refiere San Pablo. La mayor parte de ellos han entrenado durante años para poder asistir a las Olimpiadas y han estado dispuestos a sacrificar muchas cosas con tal de preparar sus cuerpos para un momento de gloria y un pedazo de metal precioso engarzado en un listón. Estos atletas compiten y conservan la esperanza de lograr, la tan anhelada victoria, aun sabiendo que sus probabilidades de ganar son muy escasas.
Nuestro sistema de entrenamiento en la carrera para obtener el premio que no se marchita es mucho más sencillo. Lo escuchamos en la primera lectura de la Misa del Lunes pasado. “…que practiques la justicia, que seas amigo de la bondad y te portes humildemente con tu Dios.” (Mi 6:8)
Espero ansioso el inicio de las Olimpiadas. Disfrutemos los juegos sin perder de vista nuestra propia carrera y el premio imperecedero que nos aguarda.
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