El Espíritu Santo que el Padre va a enviarles en mi nombre—les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho (Jn 14,26).
Para muchos, el Espíritu Santo es, como decía Winston Churchill, un misterio envuelto en un enigma. Y fue de esta misma manera para la Iglesia primitiva, que pasó casi cuatro siglos tratando de descifrar el misterio entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Antes de su muerte, Jesús prometió a sus discípulos enviar el Espíritu de verdad que procede del Padre (Jn 15:26). Después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús a los cielos, sus apóstoles recibieron la efusión del Espíritu Santo el día de Pentecostés y, con ella, la fuerza para dar testimonio de su fe (Hch 2,1-4).
El día de nuestra Confirmación, al igual que los apóstoles en Pentecostés, cada uno de nosotros recibe el Espíritu Santo para fortalecer nuestra vida Cristiana y afianzar nuestra fe. En su encíclica Veritatis Splendor, el Papa Juan Pablo II nos dice que imitar y revivir el amor de Cristo no es posible para el hombre con sus propias fuerzas. Es a través de la gracia que proviene del Espíritu Santo que somos capaces de responder al amor misericordioso del Padre.
Es importante entender que no tenemos que esperar a recibir el sacramento de la Confirmación para que el Espíritu Santo actúe en nuestras vidas. Al igual que el Espíritu Santo descendió sobre Jesús durante su Bautismo, éste mismo Espíritu se posa sobre cada uno de nosotros al momento de ser bautizados e impulsa nuestros corazones hacia una constante conversión.
Como cualquier regalo, el don del Espíritu no es sólo para ser admirado, es para ser aceptado e incorporado a nuestras vidas. Podemos comparar el regalo del Espíritu con la electricidad en nuestros hogares. Está presente y ofrece tiene gran potencial para calentar, enfriar, alumbrar, cocinar y entretener. Pero, hasta que hayamos girado el interruptor o presionado el botón correcto podremos utilizar esa energía.
Lo mismo ocurre con el Espíritu. En su Primera Carta a los Tesalonicenses, San Pablo nos dice: No apaguen el Espíritu (1Tes 5, 19). El Espíritu esta siempre presente motivándonos y estimulándonos. Sin embargo, el siempre aguarda que le invitemos a llenar nuestros corazones y cambiar nuestras vidas. Me encanta un himno que dice: Acompáñame, condúceme, toma mi vida. Santifícame, transfórmame. Espíritu Santo, ven.
Esta invitación lleva consigo un gran desafío y un gran desarrollo de nuestra Fe.
Una vez que liberamos el Espíritu en nuestros corazones y almas, sólo Dios sabe las sorpresas que nos depara.
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