Pedir tres deseos en Navidad es una costumbre en muchos lugares del mundo. La semana pasada, el Papa Benedicto XVI prendió las luces del árbol de Navidad más grande formado en las pendientes del Monte Ingino en el pueblo italiano de Gubbio. Antes de encender las luces, el Papa pidió tres deseos.
El primer deseo del Santo Padre fue que nuestra mirada, nuestros pensamientos y nuestros corazones no descansen en el horizonte de este mundo ni en sus cosas materiales, sino que sean dirigidos hacia Dios al igual que el árbol de Navidad que siempre apunta hacia arriba e ilumina la oscuridad de la noche con su luz.
El Segundo deseo del Papa fue que las personas reconozcamos que para iluminar nuestro sendero necesitamos la luz de Cristo, “la luz que envolvió a los pastores, anunciándoles la gran alegría del nacimiento de Jesús”. Esta es la luz que nos llena de esperanza, “especialmente en estos tiempos en los que sentimos el enorme peso de dificultades, problemas, sufrimientos, y en los que pareciera que estamos envueltos en un velo de obscuridad.”
Por último, el Papa Benedicto pidió que cada persona comparta la luz de Cristo “en nuestro entorno: con nuestras familias, en nuestros trabajos, en nuestros vecindarios, pueblos y ciudades. Que cada uno de nosotros sea una luz para quienes se encuentran cerca de nosotros, que dejemos de lado el egoísmo que, tan frecuentemente, cierra nuestros corazones y nos lleva a pensar solamente en nosotros.”
Al igual que el árbol de Navidad desprende el fulgor de tantas luces que, juntas, penetran la obscuridad, la luz de Jesús que compartimos se unirá con muchas otras para romper el velo de la obscuridad en el mundo.
Deje que su luz brille para otros.
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