El Jueves, 8 de Diciembre, celebramos la Festividad de la Inmaculada Concepción, una fiesta que se origina en la Iglesia de Oriente en el siglo quinto o sexto y cuya celebración se extiende gradualmente a la iglesia de Occidente bajo diversos nombres.
En esta festividad reconocemos y celebramos que la Virgen María fue concebida sin pecado desde el momento de su concepción, es decir, su concepción fue inmaculada, sin pecado. Algunas personas confunden esta creencia con la del Nacimiento Virginal. Sin embargo, el Nacimiento Virginal se refiere a María dando a luz a Jesús, mientras que la Inmaculada Concepción se refiere a la concepción de María.
Al difundirse, esta devoción fue declarada doctrina de la Iglesia. En la Constitución Ineffabilis Deus el 8 de Diciembre de 1854, el Papa Pio IX pronunció y definió que la Santísima Virgen Maria “la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano.”
En 1858, Bernadette Soubirous, una jovencita de Lourdes, Francia, afirmó haber tenido visiones de María en las que Maria se identificó como la Inmaculada Concepción. Las apariciones fueron reconocidas posteriormente por la Iglesia como revelaciones privadas y Lourdes se ha convertido en un centro de veneración Mariana. Bernadette ingresó a la congregación de las Hermanas de la Caridad de Nevers y murió en 1879, siendo canonizada el 8 de Diciembre de 1933 por el Papa Pío XI.
María siempre nos guía hacia Jesús. Esto lo vemos claramente en la narración de las Bodas de Canaán donde dice: “hagan los que él les diga” (Jn 2:5).
Unas palabras van dirigidas no solamente al encargado del vino, sino también a cada uno de nosotros.
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