Las estadísticas muestran que más del 15% de los estadounidenses viven en la pobreza y eso quiere decir que 46 millones de personas carecen de las necesidades más básicas.
Las causas de la pobreza son diversas y numerosas, pero lo que es más doloroso es el costo que las personas tienen que pagar. Esto significa padres de familia que no pueden encontrar un trabajo decente, alimentar a sus familias, pagar sus cuentas, obtener atención médica adecuada y que, además, viven con hambre y miedo.
Esto, más que una tragedia humana, es un problema moral y espiritual. En la historia del Juicio Final se nos cuestiona nuestra falta de amor hacia nuestros hermanos hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, encarcelados y enfermos (Mt 25: 42-43).
Como discípulos de Jesús no podemos ser indiferentes al sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas. No es suficiente darles palabras de aliento, debemos actuar para aliviar su sufrimiento (Stgo 2:15-17). Caridades Católicas y otros organismos ofrecen asistencia personal directa e iniciativas que enfrentan los elementos que provocan o empeoran la pobreza de individuos, familias y niños.
En una carta reciente a los obispos, el Arzobispo Timothy Dolan concluyó con estas palabras:
En estos tiempos económicos difíciles, nos dirigimos hacia el Dios que nos ama. Oramos por quienes necesitan trabajo. Pedimos por los pobres y por quienes sufren. Pedimos a Dios que guie nuestra nación. Este no es un momento para desalentarnos. Es un momento de fe y esperanza. La fe nos ofrece principios morales para guiarnos en los días venideros. La esperanza Cristiana nos fortalece. El amor de Cristo nos llama a cuidar a los más olvidados de esta sociedad fragmentada.
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